“Se puede confiar en las malas personas, no cambian
jamás”
William
Faulkner
Seguro que
usted se ha visto alguna vez en esa situación en la que después de mantener una
conversación con un amigo se ha sentido desolado, ha contemplado el mundo con
más tristeza y menos entusiasmo que antes de empezar la conversación, o ha
pensado: “Madre mía, a este amigo no le pasa nada bueno, siempre tiene una queja”.
Y en situaciones extremas, ha escuchado el teléfono, ha visto el nombre de la
llamada entrante y ha dejado de atenderlo porque sabe que esa persona, de
alguna manera, le va a complicar la vida: le va a contar un nuevo problema o
seguirá hablando de su monotema, por lo general con temática “desgracia”. La
pregunta que uno se plantea siempre después de pasar un rato con las personas
víricas es: “¿Y yo qué necesidad tengo de estar oyendo esto?”.
¿Quiénes
son las personas víricas? Aquellas que llegan y le contagian de mal humor, de
tristeza, de miedo, de envidia o cualquier otro tipo de emoción negativa que
hasta ese momento no se había manifestado en su cuerpo. Es igual que un virus:
llega, se expande, le hace sentir mal y cuando se aleja, poco a poco, usted
recobra su estado natural y, con suerte, lo olvida.
El origen
de la persona vírica puede ser variado: el mal genio, la envidia, la falta de
consideración, el egoísmo, la estupidez o la falta de tacto. Lo importante es
verse con recursos suficientes para protegerse del contagio. El mundo está
lleno de personas víricas de diferentes tipologías, unas menos dañinas y otras
malévolas que dejan memoria y cicatriz.
Víricos pasivos
En esta
categoría incluyo a los victimistas, los que echan la culpa de todo su mal a
los que tienen alrededor, nunca son responsables de lo malo que les ocurre
porque son los demás o las circunstancias los que provocan su malestar. Si les
escucha y a usted le va bien, llegará a sentirse mala persona por disfrutar de
lo que los victimistas no tienen. Y no porque no tengan posibilidad de hacerlo,
sino porque han aprendido a obtener la atención a través de la queja y eso es
cómodo. Se sienten maltratados por la vida y abandonados de la suerte. Por
supuesto, le hacen sentir mal a quien no le presta la atención de la que se
creen merecedores. Con estas personas sufrirá el contagio del virus tristeza,
frustración y apatía.
“Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien”
(Víctor Hugo)
Víricos caraduras
Son los
que siempre le pedirán favores, pero a la vez no son capaces de estar atentos a
sus necesidades. No mantienen relaciones bidireccionales en las que entreguen
tanto como reciben. Tiran de otros sin preguntarles si están bien, si necesitan
ayuda, si les viene bien prestársela en ese momento. Son egoístas y
egocéntricos, y en el momento en el que se deja de satisfacer sus necesidades
comienza la crítica y el chantaje emocional. Con estas personas sufrirá el
contagio del virus “siento que abusan de mí”, aprovechamiento y resignación.
Víricos criticones
Viven
de vivir la vida de otros porque no les vale con la suya. Su vida es demasiado
gris, aburrida o frustrante como para hablar de ella, así que destrozan todo lo
que les rodea. No espere palabras de reconocimiento hacia los demás ni que
hablen de forma positiva de nadie, porque el que a los demás les vaya bien, les
potencia su frustración como personas. No saben competir si no es destruyendo
al otro. Arrasan como Atila. Con estas personas sufrirá el contagio del virus
desesperanza, vergüenza, incluso culpa si participa en la crítica. Y la culpa
luego arrastra al virus del remordimiento.
Manténgalos
bien lejos. Están resentidos con la vida, ya sea porque no han sido capaces de
gestionar la suya o porque la suerte no les ha acompañado. Anticipan que las
personas son interesadas y no esperan nada bueno de ellas. Todo lo interpretan
de forma negativa, a todo el mundo le ven una mala intención. Viven en un
constante ataque de ira, como si el mundo les debiera algo. No soportan que
otros tengan éxito, esfuerzo y fuerza de voluntad, porque estas actitudes de
superación les ningunean todavía más. Con estas personas sufrirá el contagio
del virus indefensión, inseguridad, impotencia y ansiedad.
Víricos psicópatas
Para los que no lo sepan, no hace falta ser
asesino en serie para ser un psicópata. El psicópata es aquel que inflige dolor
a los demás sin sentir la menor culpabilidad, remordimiento y sin pasarlo mal.
De estos hay muchos de guante blanco. Son los que humillan, faltan al respeto a
propósito, pegan, amenazan y provocan que se sienta ridículo, menospreciado, y
se cargan la autoestima. Ante ellos, salga corriendo, porque el que lo hace una
vez, repite. Si le permite que le maltrate, usted terminará pensando que ese es
el trato que merece. Con estas personas sufrirá el contagio del virus miedo y
odio. Muy difícil de erradicar, perdura durante mucho tiempo en su memoria.
Mecanismos de Defensa
Para
evitar el contagio de los víricos victimistas, lo primero que hay que hacer es
pararles. Decirles que estará para ayudarles a tomar decisiones y solucionar
problemas, pero no para ser el pañuelo en el que ahogan sus penas sin
implicarse. Estas personas se acostumbran a llamar la atención con sus
desgracias, pero son incapaces de responsabilizarse y actuar porque optan por
el camino fácil: llorar.
Dígale que
estará encantado de ayudarle siempre y cuando se movilice. Y si no lo hace,
decida alejarse de alguien que ha tomado la decisión de ser un parásito toda la
vida. No lo está abandonando, le está dando aliento para que actúe. Si decide
no tomar las riendas de su vida, ser su paño de lágrimas, tampoco será una
ayuda. Se gasta la misma energía quejándose que buscando soluciones. La primera
opción consume y resta, y la segunda suma.
“La tristeza del alma puede matarte mucho más rápido que una bacteria”
(John. E. Steinbeck)
Ante el
virus de pedir, el antivirus de decir no. Si usted no hace prevalecer sus
necesidades y prioridades, ellos tampoco lo harán. Una cosa es ser solidario y
otra muy distinta estar a disposición de todos y no estar nunca para uno mismo.
No permita
que la persona vírica criticona haga juicios de otras personas que no estén
presentes. Si lo hace con otros, también lo hará cuando usted no esté presente.
No entre en su juego ni se identifique con esa conducta. Dígale que no le gusta
hablar de personas que no están presentes. Y si se trata de rumores, dígale que
no tiene la certeza de que el rumor sea cierto. Los rumores, la mayoría de las
veces, son infundados, falsos o exagerados. Se propagan como el viento, y a
pesar de que luego se compruebe que son falsos, el daño ya está hecho. Actúe
como le gustaría que lo hicieran, con respeto, discreción y veracidad. Es más
importante ser ético que evitar un conflicto con un criticón.
Y por
último, no permita que nadie le falte al respeto y mucho menos le maltrate ni
psicológica ni físicamente. Como personas, todos merecemos un trato digno.
Hágase valer. Pida ayuda, póngase en su sitio, no consienta una segunda
oportunidad a quien le ha hecho daño. El que le daña no le quiere; olvídese de
justificarle por su pasado, su carácter, su educación, el alcohol o sus
problemas. Nada, absolutamente nada, autoriza la falta de respeto y el maltrato
físico y psicológico. Y esto es válido en el ámbito familiar, laboral y entre
los amigos.
Rodéese de
personas de bien, que le quieran y que se lo demuestren, que le hagan feliz,
con las que salga con las pilas recargadas. Tenemos la obligación de ser
felices y disfrutar. Hay mucha gente dispuesta a ello. No las deje escapar. Las
personas estamos para ayudarnos, somos un equipo.
Fuente: Artículo escrito por: PATRICIA RAMÍREZ, El País
Semanal (2013